domingo, 2 de julio de 2017

Se fueron los piratas

El sol se pone detrás de las calcinadas llanuras de Somalia. Anochece en la playa donde Maidhane espera impaciente a su padre, que salió antes del alba a pescar y aún no ha regresado. Maidhane es todavía pequeño. Con diez años, su padre no quiere subirle aún a la barca. Aunque Maidhane sabe nadar casi antes de aprender a caminar, su padre teme por él si le lleva de pesca.

El padre de Maidhane ha sido siempre pescador, y ha sido testigo de toda clase de desgracias: Ha visto a hombres fuertes y confiados desaparecer bajo las aguas para siempre; a tripulaciones enteras muertas, flotando hinchados en alta mar tras un naufragio; ha padecido tormentas donde sólo quedaba encomendarse a la voluntad de Alá… Una vez fue abordado por un gran buque mercante que partió su barca en mil pedazos antes de alejarse en el horizonte. El padre de Maidhane siempre recordará las caras de aquellos marineros que le miraban con indiferencia mientras él luchaba por mantenerse a flote. De no haber sido por otros pescadores de una aldea cercana que recogieron a su padre del agua, Maidhane sería ahora como cualquiera de los miles de niños huérfanos que malviven en Somalia. Por eso Maidhane no pesca con su padre, y por eso le espera impaciente en la orilla mientras el resto de las barcas van regresando poco a poco.

Los marineros que vuelven están contentos: hoy ha sido un buen día, y la pesca es abundante. Algunos exhiben con orgullo atunes y marrajos de más de un metro. La aldea entera respira tranquila, alejando el fantasma del hambre y la pobreza un día más. Y cuando la noche estaba a punto de cerrarse sobre la aldea de Maidhane, convirtiendo el mar azul en un insondable abismo sin color, Maidhane atisba a lo lejos la barca de su padre, y oye el inconfundible ruido de su pequeño motor fuera borda. Poco a poco, la figura de un hombre negro y delgado se va haciendo más nítida en la oscuridad, mientras Maidhane da cortos paseos por la orilla, la vista clavada en aquella pequeña embarcación que se acerca.

Cuando el padre de Maidhane pone el pie en la orilla, éste se le echa a los brazos, cubriéndole de besos.

-¿Cómo te ha ido hoy la pesca, papá?

-Bien, hijo. He traído un poco más que de costumbre. Hoy me duelen los brazos de subir pescado a la barca, y eso es bueno.

-¿Has visto a los piratas?

-Sí, vi a unos por la mañana temprano. Estaban echando una red enorme a cuatro o cinco millas de aquí, pero llegaron los guerrilleros y huyeron. Desde que están por aquí los guerrilleros, casi no hay piratas. Por eso la pesca es mejor.

A Maidhane le daban un poco de miedo los guerrilleros. Eran unos tipos desconocidos, que quién sabe de dónde venían, y estaban armados hasta los dientes. Tenían miradas desafiantes, y algunas veces incluso habían tenido enfrentamientos con la gente de la aldea. No, no le gustaban los guerrilleros, pero los piratas le gustaban aún menos. Los piratas venían con sus grandes barcos de pesca, echaban sus redes kilométricas al agua donde les daba la gana y acababan con la pesca en cuestión de unas horas. Antes de que proliferaran los guerrilleros, la aldea de Maidhane casi se moría de hambre; ahora que los guerrilleros habían ahuyendado a los piratas, casi todos los días había pescado para comer y para vender.

Cuando Madihane y su padre, una vez asegurado el bote en la orilla, recogieron la pesca en un carrito y se dispusieron a volver a la aldea, se cruzaron con un grupo de guerrilleros que acababa de esconder una lancha motora grande bajo una red de camuflaje. Uno cargaba con un RPG enorme; otro apuntaba al suelo con un viejo Kalashnikov, mientras un tercero guardaba varios machetes en una bolsa de lona. Miraron muy serios a Maidhane y a su padre, pero cuando Maidhane les obsequió con la mejor de sus sonrisas, se echaron a reír y siguieron caminando hacia el poblado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario